jueves, 8 de junio de 2023

Cuando era niña...👧

 Cuando era niña, tuve ciertas situaciones que me llevaron a consulta médica o a urgencias del hospital, situaciones que, afortunadamente no fueron graves ni con consecuencias mayores, cosas dentro de lo normal: una fiebre alta, un codo dislocado, lechina o varicela, electrocardiogramas para descarte de soplo en el corazón, electroencefalogramas y Rxs para descarte de problemas con mi crecimiento (resulta que simplemente era baja de estatura y así me quedé), controles normales con el pediatra y las respectivas fuc/king vacunas (jajaja). Sin embargo en esa edad en la que uno se convierte en una esponjita y está con los sentidos agudizados, observando cada detalle de lo que ocurre a nuestro alrededor, desde mi percepción de niña, yo estaba “enferma”, y creía cosas como: que si no iba a crecer, que si mi corazón estaba bien o moriría en cualquier momento, que quizá me mataría una fiebre alta o las bacterias de estafilococo que tenía en cada roncha de varicela, se apoderarían de todo mi cuerpo. En plena aceptación de la extraña realidad que estaba viviendo, apareció una posible tuberculosis. El conocido “contacto TCB”, que empezó con una tos seca constante y afortunadamente tampoco pasó de ahí, pero mi mente empezó a lanzarme mensajes de alerta, muy negativos ante tales amenazas. Lo más curioso de todo esto es que NUNCA DIJE NADA y padecía en silencio una lucha interna que la verdad, no recuerdo cuánto tiempo duró.

Estos “mensajes” eran como una voz interior diciéndome “vas a morir pobre niña infeliz”. Ahora que lo veo desde mi perspectiva de adulta pienso “WOW, qué heavy, que una criaturita tan inocente pase por semejante estado de pánico y vulnerabilidad” y esto, en primera instancia, me hace sumirme, por unos segundos, en una profunda tristeza, por lo que fue, llegando a la delgada línea límite entre la auto compasión y la lástima por mí misma.

De inmediato, me esfuerzo por cambiar la emoción y surgen sentimientos y pensamientos heroicos tipo “qué arrecha la carajita vale, qué arrecha soy”. No le dije NADA a mi mamá, quien tanta confianza me brindó desde siempre, no pedí auxilio, porque mi manera de auto protegerme fue “cálmate chica, si cuentas esto pensarán que estás loca y no estás loca, los locos no saben que lo están”. Callé y así lo superé, hasta cierto punto, porque a pesar de que me cuesta incluso escribirlo, sí, debo aceptar que, en general, fui una niña miedosa (otros factores en el hogar influyeron también). Viví con eso, seguí adelante y sé que el amor de mi familia, la protección de mis abuelos y el tiempo que pasaba con mi hermano y mis primos me hizo olvidar los malos ratos. Me hice una preadolescente, con una autoestima por el piso, que para mi fortuna, de igual manera no duró mucho tiempo. Luego me convertí en una adolescente, y posteriormente una mujer adulta (de “procesos lentos” acorde a patrones sociales) y aquí sigo. SOBREVIVÍ al soplo cardiaco y/o Pr corto mal diagnosticado, a la varicela con estafilococo, al primer día de kínder, al primer día de escuela, a mi desarrollo (paso de niña a señorita) temprano, a mi miedo a la señora muerte (aún no lo supero en realidad), a mi baja estatura, a las múltiples ondas electromagnéticas de los Rxs, a la timidez y baja autoestima (a veces se asoman, bitches!), al “primer amor” que, dicho sea de paso, fue muy tóxico, a los carnavales violentos de mi época en el liceo, a cuatro intervenciones quirúrgicas, un par por salud y un par por vanidosa (jajaja), a unos cuantos despechos, a dejar a mi familia y mi país y convertirme oficialmente en emigrante, a los tóxicos ambientales, a las harinas y alimentos procesados, a la leche de vaca, al azúcar y a un montón de cosas más y aquí sigo. GRACIAS a la vida, a las circunstancias perfectas, porque no quiero pensar ni un segundo en algo distinto sino que todo como fue y ha sido, ha debido ser.

GRACIAS a quienes me rodearon, mi familia y amigos… Y GRACIAS a mi cuerpo, a mi fortaleza, a la pizca de Dios que está dentro de mí y a esta mentecita que si bien me jugó y me juega en contra a veces, por otro lado, se limpia, se aclara, se despeja, se centra, se conecta con lo maravilloso de esta vida y se reorganiza.

Mi mamá se siente mal con estas historias pero NO: Mamita, hiciste y haces lo mejor que puedes con todo tu amor. ¿Cómo se le puede pedir más agua al mar? GRACIAS por ser y estar siempre para mí, ahí y aquí y allá. Esperemos esta pequeña historia le sirva a alguien más, a otras mamás, a otras mujeres y que tomen lo que les sea útil.

Solo puedo concluir resumidamente con esto (y pido perdón si suena muy a la ligera, porque no soy psicóloga, ni terapeuta, a pesar de todo lo que he invertido en mi aprendizaje de crecimiento personal): Qué vulnerables somos de niños, qué delicados, unos más que otros, pero cualquier vivencia que sea recurrente y traumática para el niño, puede ocasionar Ansiedad Infantil. Sí, si existe, ¡Atentos! Tiene muchas causas y puede ser muy silenciosa e imperceptible, además, puede dejar consecuencias a largo plazo, casi de por vida si no es atendida (y esa atención, siendo adultos, ya es responsabilidad de cada uno de nosotros).



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